
Estoy en medio del desierto intentando llegar a una cruz blanca que emerge de entre un montón de piedras, de pronto un brillo entre la arena desvía mi vista
y aunque el sol pega fuerte me desvío unos pasos y recojo una hebilla, algo mas allá veo un zapato de hombre, negro, que aún no ha perdido el color a pesar de los rayos del sol.
Han pasado varios días y no pensé volver a ver estas hebillas. Volví atrás en mi mente y recordé donde las había visto. Por cierto podían no ser las mismas, pero mi corazón se aceleró y me recorrió un escalofrio.
La estación de trenes está llena de gente, un hombre que ha bajado hace algunos minutos de un tren que llegó del sur, toma su equipaje y se apresta a abordar el que toma posición en los rieles pegados al andén.
Está vestido en forma cuidada, zapatos brillantes con unas hebillas vistosas que quedan a la vista toda vez que da un paso. Es joven, aparenta unos 38 años, pero mirándolo de cerca se vé aún mas joven.
Sube al tren y yo tras él me acomodo en el asiento del frente al otro lado del pasillo, tiene una preocupación, su rostro está tenso. De pronto se para y se planta a mi lado de pié y me dice
- Señora, Ud. disculpe, voy a trabajar a las salitreras, no he dormido en toda la noche, porque vengo viajando desde el Sur, ¿ podría decirle al inspector que me despierte cuando lleguemos ?
Yo lo miro y descubro que su chaqueta es de una hechura antigua, en las fotografías de mis tatarabuelos puedo verselas a ellos.
Me llama la atención el cuello de su camisa no es igual a las de los otros pasajeros.
Pero me llama mas la atención el brillo de las hebillas de sus zapatos.
- Está bién - contesto- algo aturdida aún por el encargo.
El tren se desplazó con su tipico sonido, por los rieles durante mucho tiempo, también me dormí, desperté con el sol en mi cara y me volví a mirar a mi compañero de viaje pero ... no estaba . Miré hacia el porta equipaje y su maleta tampoco estaba.
Cuando pasó el inspector a los pocos minutos le pregunté si había despertado a este pasajero, y me miró con cara de interrogación por lo que me sentí completamente avergonzada.
Olvidé el hecho hasta que... mi jefe me mandó a visitar un cliente nortino que tenía una pulpería al otro lado de la carretera, y que abastecía...no sé a quién porque no se veía un alma viviente en los alrededores.
A pié era bién difícil que diera con el lugar así es que hablé con otro cliente mas conocido y él se ofreció a llevarme hasta allí.
Bueno , el auto salió de la carretera y de pronto mi gentil acompañante me dice,
-fijese que Ud. me tiene muy intrigado , porque yo conozco muy bién estos lugares y nunca he sabido que haya por aquí una pulpería, pero me interesa saber que tengo un competidor.
Me quedo pensando y de pronto veo a lo lejos un rancho, y a medida que nos acercabamos nos dimos cuenta de que si había un negocio allí, pero ...estaba cerrado.
Había cajas por todos lados, envases vacíos de todo tipo, bebidas, frascos de shampoo, cremas, bolsas plasticas, cajas de leche etc.
Sentí un tintinear y nos dimos la vuelta para ver que era, había en el dintel de la puerta un móvil de metal que parecía ser antiguo y que operaba como timbre.
Nos abrio el cliente de mi jefe, ochenta años a lo menos, chiquito, lento para hablar y caminar.
Le tomé el pedido, nos ofreció una bebida que se esfumó rapidamente y partimos.
Al dar la vuelta el auto para enfilar hacia la carretera fué que descubrimos la cruz blanca y nos miramos con mi acompañante,como para ponernos de acuerdo, y el auto se dirigió hacia allí. No era lejos.
Nos bajamos antes, por respeto, y con el sol quemando nuestros rostros caminamos como diez metros , enterrando nuestros pies en la arena.
Don Leo, como conozco a mi cliente, mira el monolito de piedra y se pregunta
- ¿ como vino a dar aquí ? no me lo explico
Y... entonces es que yo veo la hebilla que tengo en mis manos y reconozco el zapato.
Nos acercamos a la cruz y veo que dice: Antonio Santa Paz Rubilar, Q.E.P.D.
18 de Octubre 1870.
Me invadió una pena infinita y me puse a llorar ante el desconcierto de mi acompañante.
No sabía como explicarle que yo había hablado con ese señor.El entendió y me dijo
-Señora la espero en el auto, pero tranquila.
Me quedé allí un rato largo, recé por Santa Paz y lo hice luego por mucho tiempo
toda vez que entraba en una iglesia, hasta que su rostro se borró de mi mente.
Quiero pensar que él me pidió ayuda para ... que si bién no pude ayudarlo a bajar del tren a tiempo, no era eso lo que él quería de mi, él necesitaba poner fin a algo pendiente
Cuando olvidé su rostro despues de meses , supuse que él se había ido para siempre .
Comenté mi experiencia con don Leo unos meses mas tarde y él ,saludandome con afecto me dijo :
Sra. Ud. no me va a creer, pero voy a correr el riesgo de contarselo igual
- Yo volví algunos días después a la pulpería " de mi competidor", la que está mas afuera...allí donde vimos la cruz blanca ¿lo recuerda ?
-Por cierto, le contesto, ¿ como olvidarlo ? no quise decirle que había estado rezando por este hombre, iba a pensar que estaba loca.
-Bueno... pues esa pulpería no existe, llegué a perderme en el desierto y no pude encontrarla...pero al intentar regresar, ya anocheciendo , apareció ante mi el monolito con la cruz blanca - Sra. ud. no sabe como dí gracias a Dios.
-Me quedé pensando que yo tenía que volver allí, no podía ser que el cliente de mi Jefe no existiera ¡imposible!
Dn. Leo me miró adivinando lo que yo estaba pensando y disparó - Sra. si volvemos allí ,ahora si no regresamos.
Pero no tendrá que ir, la voy a llevar donde una de mis clientas mas antiguas, la Sra. Edivigis, ella tiene algo mas de 100 años y ella debe haber oído hablar del monolito.
Quedamos de juntarnos a la hora de almuerzo en su casa y le pediría a su esposa que fuera con nosotros.
Cuando estuve frente a la Sra. Eduvigis, casi me muero, su cara era la del hombre que había hablado conmigo en el tren.
Recuperando el habla logré preguntarle a ella como había llegado a vivir a la zona y su respuesta me dejó helada ...
Vinimos con mi padre , mi madre y mis dos hermanos. Mi padre quería trabajar en las salitreras, viajamos juntos casi cuatro días pues al finalizar el cuarto tuvimos la suerte de encontrar espacio en el único tren que pasaba hacia acá.
Dos años mas tarde, mi padre recibió un telegrama del abuelo en el que le decían que mi abuela estaba muy mal y que tratara de regresar.
Desde su tierra natal nos mandó un telegrama diciendonos que había llegado muy bién pero que la abuela habia muerto antes de que él llegara.
Que viajaría de regreso el día 14 de Abril.
Ese tren vendría tres días mas tarde, es decir el 17. Fuimos a esperarlo a la estación mis hermanos y mi madre, con el pesar de que probablemente no podríamos regresar a vivir en las instalaciones de la salitrera.
- Llegó el tren y mi padre no bajó.
Mi madre inquirió información con el personal de la estación y la respuesta fué que él había bajado del tren, lo habían visto internarse en el desierto probablemente en busca de un lugar para hacer sus necesidades, y no volvió mas. Lo esperaron mucho tiempo,lo buscaron en los alrededores los mismos pasajeros pero todo fué inútil.
Rodaron muchas lagrimas por el rostro de la Sra. Edivigis , me pareció que su piel apergaminada agradecia esa humedad, pero en sus recuerdos había una tristeza infinita.
Ella creýó, con el pasar de los años, que su padre pudo haber muerto de frío perdido en el desierto. Ocupados todos ellos en sobrevivir nunca pudieron salir en su busca, sí lo buscó la policía ,en la medida que en aquellos años era posible hacerlo. pero todo fué en vano.
Don Leo, que había permanecido en silencio muy impresionado, me hizo un gesto y salí con él hacia la entrada de la casa.
Por supuesto después de oír el relato de ella estaba demás preguntar si sabía la historia del monolito de Santa Paz. Sentí la certeza de que hablabamos de la misma persona.
¿ Mejor le contamos? me dijo.
Pensé que si ella sabía donde estaba él ,posiblemente sepultado, estaría mas tranquila en el final de sus días y si no estaba allí donde creíamos al menos se sabría que alguién llegó hasta allí y levantó esa cruz en su memoria.
-Está bién , digamosle lo que descubrimos-dije
Y fuimos detallando nuestro relato toda vez que observabamos las reacciones de su rostro.
Poco a poco se fué perdiendo la tristeza de su mirada y sus pequeños y cansados ojitos nos mostraron una luz que solo se comparaba con la mirada de un niño cuando recibe un ansiado regalo.
Al finalizar ella exlamó : "mañana llego hasta ese lugar"
En seguida llamó a gritos ¡Antonio, Antonio! y apareció otro doble del señor que yo ví en el tren pero con 20 años.
Es mi bisnieto, nos explicó, con él iré mañana a ese lugar,él conoce bién estas tierras no nos va a ser difícl.
Metí mi mano en el bolsillo de mi traje y le extendí la hebilla. La tomó con cuidado y dijo : recuerdo estas hebillas, es mi padre él que está allí.
Se me acercó hizo la señal de la cruz en mi frente y me dió las gracias.
No sé cuantos años tengo - dijo- pero he contado al menos noventa desde que él nos dejó,ahora gracias a Ud. ya sé que no fué su voluntad.
Nos despedimos y salimos de allí bastante mas tranquilos ,después de todo tuvimos nuestros temores de parecer algo locos.
Un año después, supe que la Sra Eduvigis había encontrado el lugar, su bisnieto lo hizo señalizar y hoy es una "animita" solitaria en el desierto a la que no le faltan flores y a quién piden ayuda quienes se pierden en esas arenas.